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Pintura inmaterial- Maria Clara Figueroa

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“Una casa esquinera amplia, de paredes altas, mezcla de ladrillos de adobe y de arcilla fabricados en los chircales que alguna vez funcionaron en las Cruces y que aún conservan en las huellas de una descascarada pintura su color original, con ventanas de madera y puertas de metal desteñido, manchados por la inclemencia climática, oxidados por el olvido. Una casa que pudo ser habitada en un principio por una sola familia para pasar a ampliarse y dividirse formando un inquilinato de clase obrera, luego terminar convertida en una historia reciente, en tugurios del hampa y la marginalidad, para ser hoy en día candidata a la demolición o en el mejor de los casos, a su restauración arquitectónica o transformación en emergentes centros de vivienda que albergarán a una nueva generación de residentes producto de la gentrificación del sector” .

La pintura, el color que se utiliza para pintar una casa, guarda innumerables elementos tanto físicos como metafísicos, que testimonian el paso del tiempo y nos podrían ubicar retratos intangibles de aquellos que la habitan. La arquitectura contemporánea en referencia al color, nos habla de una estética que se implanta por patrones de consumo y moda, que a su vez van determinando diferentes comportamientos sociales en lo urbano, como la restauración del patrimonio arquitectónico o la deconstrucción y el deterioro de un sector de la ciudad.

Actualmente, en el barrio las Cruces de Bogotá el paisaje urbano nos muestra no solo la transformación de este lugar de una arquitectura colonial a una arquitectura moderna, si no también los rasgos que pueden llegar a contar la historia del barrio. Encontramos los vestigios de una época orida, amable y de progreso para un sector de la ciudad y los detritus que van quedando de dicha transformación, el testimonio de una demolición no solo de la materia, si no del deterioro moral y social de la comunidad que la habita.

Maria Clara Figueroa habla desde la noción de pintura inmaterial: para ella, es el uso cultural de la pintura de antaño que hace parte del uso estético del color. La artista se apropia del color haciendo uso de una paleta que retoma los colores de las Cruces entre los años 1930 y 1950. La composición fragmentada de las piezas nos recuerda aquella fusión arquitectónica existente en algunos barrios Bogotanos, los cuales se conciben en el estallido de la densificación desmesurada de la cuidad a lo largo del siglo XX. El vacío se ve representado en la obra y se apoya en un sentimiento de nostalgia por estéticas muertas y actualmente en decadencia. La ruina se menciona desde el ready-made componiendo piezas que provienen de despojos de casas de la ciudad: ella retoma materiales de la calle, cerámicas de baño y vidrios con gestos de una aplicación errónea de la pintura de centros de acopio de demolición del barrio Las Cruces. Su postura no solo radica en trasladar objetos de un lugar a otro, si no que logra plasmar el desarraigo existente en una modernización descontrolada que produce lentamente situaciones de marginalización de un sector de la ciudad e insiste en la preservación del paisaje urbano y su memoria arquitectónica como un hecho importante para la apropiación del territorio por sus habitantes.

Texto escrito por Ricardo Infante y Maria Clara Figueroa.

Pintura InmaterialAlejandro Rincón
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